La pelota que arrojé cuando jugaba en el parque
aún no ha tocado el suelo
Dylan Thomas
Siempre he pensado que una de las cosas más bellas del ejercicio fotográfico es la capacidad de construir discursos imaginarios a través de lo que elabora nuestra memoria. Imaginar mundos, realidades alternas por medio de la fotografía como pretexto para constatar nuestra existencia, o como pretexto que constata nuestra libertad.
En una primera lectura, Bola Lari parece un documento familiar que cuenta historias vivas que se burlan del olvido, un mapa donde el autor nos muestra que los recuerdos son fragmentos en el tiempo y que conforman lo que somos. Sin embargo, entender esta serie sólo de esa manera es pasar por alto que—sobre todo en el caso de la fotografía contemporánea—la memoria propia es en muchos sentidos la memoria ajena, y que en toda evocación de una imagen siempre el mayor deseo es haber estado ahí, en la imagen.
No puedo dejar de pensar en la fotografía de Iván Piñón como un escenario de lectura abierta donde la ficción puede ser el tema y al mismo tiempo me incita a percibir su realidad como propia. No puedo dejar de sentirme identificado con aquellas historias que viven dentro de algún álbum fotográfico pero que en el fondo son representaciones simbólicas del recuerdo y el deseo por la imagen. A final de cuentas me parece que en la experiencia del acto fotográfico uno siempre termina por fotografiar no la realidad que se presenta, sino la realidad que nos seduce.
Leonardo Rodríguez
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